martes, 27 de mayo de 2014

La vida sin azúcar

Dicen que la convivencia es difícil.

Eso dicen.

Yo debo de haberme acostumbrado a vivir con tu recuerdo cada día; se me hace de lo más normal. Me recuerdas que no hay azúcar, ya ves, llevamos varios días tomando amargo té y ninguno se acuerda de comprar. Nos miramos en la merienda, sonreímos, y nos dejamos el vaso a medio beber. Otros días las horas se me hacen pronto, paso a recogerte al trabajo y bajamos la cuesta pensando en todas las cosas que nos hacen falta tener para ser una pareja normal; detergente, espacio, mantequilla y una maceta que tenga flores de colores, porque yo pienso es que importante tener algo bonito que los dos podamos cuidar. Cuando estamos llegando, me quejo de la cantidad de ropa que queda por planchar, pero sabes que lo digo en broma porque vamos estilosamente arrugados. Mientras subimos las escaleras me recuerdas que esta noche me vas a leer a Walt Whitman para que por fin pueda coger el sueño y a mí me gusta tanto la idea que el cansancio se escapa y se retuerce entre las uves dobles hasta desaparecer, dando paso a las ganas terribles de que anochezca de una buena vez. Luego te pones a ordenar unos papeles y yo me arrodillo para decirte algo importante y solemne; que voy a planchar tus pantalones, hoy y cuando quieras. Tú te ríes, no me tomas en serio porque sabes que me gusta dar solemnidad a cosas simples para hacerlas interesantes. Me he vuelto una amante de enaltecer las nimiedades y una fan del aura de "me cago en todo". A ti te divierte y a veces me sigues al suelo. Por la noche no me lees, porque te duermes tú primero, lo cual agradezco para que te creas que al menos esta noche no he roncado y porque, si te digo la verdad, tengo sueño. Por la mañana hago té para los dos, y te recuerdo que no hay azúcar y tú te lo bebes de un trago.

A los dos nos gusta así